Aclaración

Algunos relatos son adaptaciones de sucesos de la vida real. El nombre de los personajes y los sitios donde ocurrieron han sido cambiados; mientras que otros son pura creación, por lo que cualquier similitud con la realidad y sus protagonistas es sólo una simple coincidencia. Los nombres usados no hacen referencia a ninguna persona de existencia real en particular, y sus homónimos son totalmente ajenos a la historia que se cuenta.
Las ilustraciones han sido tomadas de la web y pertenecen, en algunos casos, a muralistas y otros son cuadros de Ernest Desclaz.

viernes, 16 de marzo de 2012

La Novela de las 5




En la pantalla del televisor, la escena se mostraba romántica. El arroyuelo descargaba en pequeñas cascadas los arpegios de sus aguas, y los cuerpos de los amantes, desnudos y mojados, mimetizaban sus figuras al influjo del paisaje. Desde la playa, a través de las reverberaciones de la arena caliente, alguien miraba.
            La novela de las cinco de la tarde era una efusión de recuerdos para muchas mujeres que se identificaban con la protagonista. Algunas se veían igual, aunque lejanas en el tiempo, mientras otras soñaban imitarla. Pero en el desconcierto de las indecisiones, para alguien en particular, era una especie de escape. Una fuga desde las realidades inciertas a un oasis de posibilidades.
            La protagonista, dueña de un encanto inigualable, seducía y se dejaba seducir por las perlas y esmeraldas de los traficantes de joyas.
            Las intrigas y los desaires de cada una de las turbulencias amorosas del personaje, significaban para ella más poder y más fortuna. Acaso tampoco le importaba la sangre, si debía correr, con tal de satisfacer su avaricia insaciable.
            Roxana y Clara -su mamá-, eran fanáticas de la tira.
            Clara era una romántica a ultranza. Aunque un poco entrada en años y a pesar de estar separada de su esposo desde hacía ya un largo tiempo, no se privaba de sus enredos amorosos. Roxana, en cambio, era una adolescente cuyos primeros hervores de la sangre, la hacían sentir por momentos que esa novela ya la había vivido. Al menos en alguna de sus experiencias solitarias.
            Por las noches, en la soledad de su cuarto, contaba a través del chat sus más bellas fantasías, y hasta algunos detalles de su intimidad en efervescencia. Alguien, en el insondable espacio del anonimato, le seguía el juego y conducía sus pasos.
            Al  poco tiempo, ya tenía planeada la fuga de su casa. El encuentro con su príncipe cibernético había sido pautado en un oasis selvático, más lejos de los escrúpulos, que de cualquier otra cosa.
            Consumado el plan, a las horas se encendieron las alarmas. ¿Dónde está Roxana?
            Amigos, compañeros, vecinos y allegados eran, uno tras otro, consultados por sus padres -unidos para la ocasión- acerca de la joven; pero de ella ni rastros. Pusieron la denuncia en la policía y se oficializó la búsqueda.
            Pasaron los días, los meses, los años. Roxana era ya un mito en la memoria de sus familiares.
            Los pasos de la investigación se habían dirigido a localizar sectas satánicas. Los investigadores habían analizado sus contactos y leído algunos mails de su computadora. Llamaban la atención algunos enviados por afrodita@..., que le proponía la formación como sacerdotisa del templo de “la nueva Corinto”, en un apartado rincón de la selva Brasileña. Allí, la belleza y el amor se conjugarían para ella como el más precioso de los diamantes al que una mujer puede aspirar en toda su vida.
            Sus devoluciones siempre estaban llenas de preguntas acerca de la diosa de la que tanto le hablaban, y en los efectos inmediatos en la fortuna que, según le decían, podría alcanzar a corto plazo.
            Los especialistas en informática ayudados por sociólogos y sicólogos lograron armar algunos  textos más o menos coherentes con la lógica, aunque mayoritariamente eran  mensajes cifrados que demoraban las averiguaciones.
            – ¿Quién es Venus? –preguntó en un momento Roxana:
            – (1) Es la diosa que nace ya adulta de la espuma del mar -le respondieron-. Es la diosa del amor. Nació después que Crono le cortara los genitales a Urano -su padre-, y los arrojara al mar. Desde su miembro espumoso un día nació Venus. Es decir, nacida para el amor.
            – ¿Por qué le cortó los genitales?
            –Era la guerra de los titanes.
            – ¡Ahhh!
            Más adelante, en otras intervenciones, los intercambios iban profundizando los deseos de saber más sobre la singular deidad.
            – ¿A qué se dedica Venus?
            –Es la diosa que hace posible que exista el erotismo sobre la tierra. Sin ella no habría sensualidad, el amor sería una cuestión del instinto, en cambio ella lo vuelve armonioso, sensual, provocativo, inigualable. Es el más puro canto a la naturaleza humana.
 (1)Adaptación de la Mitología Romana.
            – ¿Y yo qué debería hacer?
            –Ser su sacerdote. Ella necesita de sacerdotisas para el culto. Hay que venerarla para que nunca falte amor sobre la faz de la tierra.
            – ¿Y dónde se hace eso?
            –En el templo sagrado de la Nueva Corinto.
            “–A cambio de la adoración, ella nos regala placer, larga vida, juventud y fortuna inacabables.
            “– ¿Te gustaría ser sacerdotisa de Venus?
            –Lo voy a pensar.
            –Dale, te aseguro que no te vas arrepentir.
            Unos meses después, casi al final del verano, la persuasión parecía haber rendido sus frutos:
            – ¿A dónde tengo que ir?
            –Como supondrás, el lugar es secreto porque Venus lo quiere así. Vos debes viajar hasta Buenos Aires. En la terminal te esperaré yo personalmente.
            – ¿Cómo te voy a identificar?
            –Nosotros en la legión tenemos una forma de identificarnos. Estaré vestido de negro; llevaré una flor  rosa en el ojal haciendo juego con el pañuelo del bolsillo superior del saco. Llevo el cabello rapado y en mi muñeca izquierda un tatuaje. El tatuaje representa a Venus, tan cual vos ya la conocés.  No te acerques a nadie hasta que yo te haga ver el tatuaje.
            –Ok. ¿Cuando voy?
            –Cuando te sientas lista me avisás y combinamos, ¿está?
            “–Viajá liviano, aquí se te proveerá de todo.
            No hubo más correos relevantes, tampoco se pudo encontrar ningún indicio que arrime algún tipo de información acerca del sitio donde se encontraba el templo. Sí se ampliaban algunos detalles de las ceremonias de iniciación; tan místicas y sobrecargadas de energías de liberación que hacían soñar con un paraíso indescriptible. Era parte del juego de seducción.
            Hasta aquí  las pistas y no hubo ningún otro indicio más de que Roxana estuviera en este mundo.
            La Justicia libró exhortos a diferentes cortes, especialmente de Brasil, tratando de ubicar el paradero de Roxana. Pero todo fue en vano.
            Fue largo e interminable el tiempo de dolor y de desolación que tuvo que soportar Clara a partir de esta amarga experiencia. Cuantas veces, apremiada por el deseo incontrolable de reencontrarse con su hija, había seguido presurosa a otras adolescentes creyendo ver en ellas a Roxana. Iba a los festivales de Rock, a los cines, a cuanto boliche de los que sus amigas eran habitué, pero nunca pasó más allá de seguir pistas falsas que sumaban más dolor a su angustiante búsqueda. En largas noches de perturbador  insomnio buscaba reconstruir la historia de su familia ahora desmembrada, y terminaba infligiéndose más heridas, avivadas por su indiscutible fracaso como madre.
            El dolor la obligó a recluirse en su departamento, con la única compañía del  gato llamado wixi, y que Roxana había abandonado en su  partida. Clara, como si se tratara de un cable a tierra,  lo acariciaba largas horas, hablándole y contándole historias de su hija ausente y proyectando futuros lábiles, de dudosa consistencia. No tenía más motivaciones ni aspiraciones de ningún tipo. Los placeres, atractivos y hasta los engaños de la vida que le habían sido tan recurrentes, habían perdido ya toda significación para ella. Ahora vivía al borde de la locura, vacía e incapaz de generar vida en su ser reseco, presa del alcohol y de la culpa de no haber prestado la suficiente atención a su hija, al punto de no haberle dado ni tan siquiera infancia.  Al llegar a la adolescencia, en vez de acompañarla en su crecimiento, competía con ella en la seducción de sus amigos adolescentes.
            Ahora recién sentía que había madurado  y se reprochaba hasta flagelarse, haber jugado un papel de jovenzuela a la par de su hija en vez de dar muestras de solidez emocional. Pero ya era tarde.
            Fue una noche de invierno, de una gélida ventisca que dejaba las calles desiertas, que alguien tocó el timbre en casa de Clara. Espió por la mirilla y alcanzó a ver  -borrosamente-, una figura desaliñada, como muchas de las que a diario tocan las puertas pidiendo algo para comer. Atendió a desgano
            – ¿Qué necesita?  -preguntó sin mirarle el rostro.
            –Soy Roxana  -contestó la otra voz de manera álgida.
            Una inexplicable reacción la dejó muda. Con los ojos a punto de saltar de sus órbitas, no atinó más que a poner sus manos en el pecho como si tratara de impedir que el corazón se le saliera por la boca, grande y abierta, que permanecía con el grito atascado en la garganta.
            Por su parte Roxana, también había perdido la compostura. Temblaba mientras tiraba con sus uñas clavadas en la piel de su cara, deslucida y macilenta, hasta hacerla sangrar, como queriendo arrancar los últimos vestigios de aquella belleza que le había jugado en contra.
            Ambas no podían creerse ellas mismas. Les costaba reconocerse. Sus aspectos eran de dos menesterosas encontradas fortuitamente por la desgracia. No podría haber, a rigor de verdad, una escena más dramática en medio de lo que debería ser pura alegría; pero allí estaban, conjugadas en esas figuras esperpénticas, todas las expresiones y las inexpresiones juntas.
            Fue un instante. Cuando apenas Clara abrió los brazos y entregó su cuerpo para el abrazo  que allanara los abismos; sintió que el volcán  de sus venas vertía, en oscuros borbotones, la lava humeante que fluía, a través del escote, desde su garganta hasta el piso.
            Amparada por el confuso páramo de la noche que se deslizaba cómplice; la filosa hoja del estilete dejaba secar  lentamente el brillo escarlata de la ofrenda.
            Nadie supo nunca que Roxana había vuelto.

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