Aclaración

Algunos relatos son adaptaciones de sucesos de la vida real. El nombre de los personajes y los sitios donde ocurrieron han sido cambiados; mientras que otros son pura creación, por lo que cualquier similitud con la realidad y sus protagonistas es sólo una simple coincidencia. Los nombres usados no hacen referencia a ninguna persona de existencia real en particular, y sus homónimos son totalmente ajenos a la historia que se cuenta.
Las ilustraciones han sido tomadas de la web y pertenecen, en algunos casos, a muralistas y otros son cuadros de Ernest Desclaz.

domingo, 4 de marzo de 2012

El Arquitecto (1163 Palabras)

El día estaba fresco, el final del otoño iba como cediendo paso y algunas nubes impedían que el sol entibiara un poco; pero igual se levantó  temprano y se fue en busca de su amigo que vivía en el hueco de un árbol, en el Parque del Norte. Mientras caminaba, trataba de ordenar las ideas que lo habían asaltado en una larga noche de insomnio. Llevaba en sus manos un plano.

    Belisario Martínez – Arquitecto – rezaba la placa de bronce que, con hilo sisal, había colgado de su cuello. Lustrosa, impecable, le brillaba en el pecho. Cuando llegó al Parque, metió la cabeza en el hueco del árbol y llamó a su amigo por el apodo, que él mismo le había puesto:

    – ¡Nerón! ¡Nerón! ¡Despierta!.

    Y se sentó en el suelo a esperarlo. Abrió el plano, y acompañando la mirada con la larga y gris uña de su dedo índice, revisaba una por una las líneas de aquel diseño. Un frío viento del sur lo fastidiaba y logró ponerlo nervioso.

    – ¡Nerón! ¡Nerón! -volvió a insistir sin obtener respuesta.
    Se paró de golpe, furioso, le sacó brillo a la placa con la manga de su raído saco y emprendió el regreso.

    –No importa  -dijo-, lo haré yo solo si vos no tenés coraje para hacerlo. ¡Sos un cobarde! 

    Y metió la mano en el bolsillo del saco, extrajo el bote de alcohol puro y le hizo un trago. Caminando despacio, arrastrando la pata renga, se alejó del Parque.

    Había quedado rengo al caerse de aquél árbol, cuando en un rapto de delirium tremens paseaba con su amigo Nerón por los balcones.

    –No es nada, no es nada  -tranquilizaba  a Nerón aquella vez,  luego de dar con la humanidad en el suelo.

    – ¿Dónde te duele?  -le preguntaba Nerón, en su delirio.

    –Es la pierna, es la pierna, pero no me toques. Sacame esa escalera de encima  -le reclamó balbuceando Belisario, hasta que le hizo efecto la anestesia.

    Belisario Roldan era un arquitecto, cuyos conceptos de avanzada no habían sido lo suficientemente comprendidos en su época. Empero ahora, numerosos edificios lucían sus diseños, aunque eran otros los destacados profesionales del rubro que estampaban sus firmas en los proyectos. Eso, más una serie de fracasos amorosos que lo dejaron moralmente en la ruina, el rechazo de su familia y su baja autoestima, habían logrado hacer de él un pobre tipo.

    Dedicado al alcohol, pasaba ya por su fase más crítica.

    Luego de la operación y un corto período de abstinencia que no duró más de veinte días, Belisario volvió a insistir con su proyecto: Quería rediseñar el “edificio” de su amigo para hacerlo más funcional y seguro; y para ello era necesario demolerlo. Pero no lograba que Nerón lo atendiera.

    Cansado de sus fracasos, no estaba dispuesto a reeditar uno de ellos. Con dificultad subió al árbol, aprovechando un gajo extendido que casi rozaba el suelo y, tomándose del ramaje, escaló hasta cierta altura. Un grupo de muchachones inadaptados que vagaba por las cercanías, se  burlaban de él y lo molestaban:

– Es un gato, miren el gato –gritaban, al tiempo que
le arrojaban piedras.

    –Vamos a bajarlo -se animaban unos a otros y, hostigándolo, lograron hacerlo caer de lo alto.

    Belisario quedó tirado en el piso y los forajidos salieron corriendo, dispersándose en diferentes direcciones, no sin antes haberle arrebatado la placa de bronce que, debido al golpe, le tapaba la cara. Una pareja de novios que desafiaba el frío de esa tarde en un solitario banco, sin acercarse al caído, dieron aviso a la policía de lo que habían visto.

    Cuando llegó la ambulancia, junto a la policía,  un tumulto de curiosos se había congregado al rededor del accidentado.

    –Está muerto  -pronosticó uno, meneando la cabeza.

    –A lo mejor sólo esté desmayado -se esperanzaba otro.

    –Está “mosca”  -opinaba  sin sentimientos un vecino del parque-, vive pasado de alcohol,  siempre le suceden estas cosas, pero tiene siete vidas.

   
    Y cargaron a Belisario en la camilla de la ambulancia. La Policía indagaba a algunos acerca del personaje.

    –Es el Arquitecto Roldán  -respondieron todos.

    – ¿Arquitecto?  -preguntó el escribiente sorprendido.

    –Sí  -redobló uno de los encuestados-, Arquitecto.

    El policía los quedó mirando mientras jugueteaba con su lapicera entre los dedos, creyendo que le estaban tomando el pelo.

    –Ponga “arquitecto”, con todas las letras  -se molestó otro, al ver la actitud displicente del sumariante.

    “–El es el Arquitecto Belisario Roldán,  nada más que no ejerce, porque en este mundo de mierda, no hay cabida para los genios; sólo los mediocres hacen sus diferencias.

    – ¿Ud. cómo se llama? -preguntó el policía con tono severo, acomodando el oído a la respuesta.

    –Juan Carlos Escobedo  -dijo con énfasis-, yo lo conozco desde chico y se qué clase de persona es el hombre y quienes son los ¡miserables de su familia!  -Y cargó las tintas:

    “– ¿Sabe Ud. quien es el hermano?  -inquirió el exaltado al policía sumariante.

    –No  -dijo el uniformado encogiéndose de hombros.

    –Pues bien  -respondió Escobedo, como alertando de lo que vendría-,  voy a decírselo: Es el mismísimo Jefe de Policía.

    El escribiente quedó estupefacto. “Esto debe ser una broma de mal gusto o un ataque artero a la fuerza pública” -pensó.

    –Deme todos sus datos, por favor  -le inquirió al testigo-, e hizo un doble clic al interruptor de su handy.

    Mientras anotaba la filiación, dos uniformados que recibieron el “santo y seña” bajaron del móvil y lo rodearon sigilosamente. Una vez que hubo aportado todos los datos, los que estaban a su lado le dijeron:

    –Va tener que acompañarnos  -y lo tomaron del brazo.

    – ¿Por qué?  -preguntó sorprendido.

    –En la seccional le explicarán en detalle.

    Convencido de no tener nada que ocultar los acompañó sin oponer resistencia. Al llegar a la Seccional, lo invitaron a pasar a un despacho y le pidieron que esperara.  Al cabo de un rato, tal vez una hora, se presentó un oficial de alto rango, a juzgar por las estrellas:

    –Buenas tardes señor Escobedo  -lo saludó muy amablemente.

    –Buenas tardes  -contestó-, poniéndose de pie.

    –Por favor -dijo el Superior- quiero informarle que hubo una confusión en la medida adoptada, le pido mil disculpas.

    –Yo he venido, según creo, para abundar en detalles de lo sucedido en el parque con el Arquitecto Roldán, el hermano del señor Jefe -expresó Escobedo resueltamente.

    –No hace falta -replicó el oficial- su testimonio ha sido muy valioso; puede retirarse, cualquier cosa lo estaremos llamando. De verdad, muchas gracias.

    Y con un gesto, como haciendo de no comprender lo que pasaba, Escobedo salió de la sala y se despidió con un dejo de disgusto. Estaba como a diez cuadras de su casa.

– “Hipócritas  -pensó-,  la verdad los asusta.

    Al día siguiente, el sumariante fue informado que había sido sancionado con tres días de arresto por exceso en sus funciones.

    Casi a la misma hora, fuera del conglomerado urbano, el Arquitecto Belisario Roldán, en un suntuoso ataúd de caoba y rodeado de costosas coronas,  era depositado en el panteón de la familia.

                                                                                                                                           

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