Aclaración

Algunos relatos son adaptaciones de sucesos de la vida real. El nombre de los personajes y los sitios donde ocurrieron han sido cambiados; mientras que otros son pura creación, por lo que cualquier similitud con la realidad y sus protagonistas es sólo una simple coincidencia. Los nombres usados no hacen referencia a ninguna persona de existencia real en particular, y sus homónimos son totalmente ajenos a la historia que se cuenta.
Las ilustraciones han sido tomadas de la web y pertenecen, en algunos casos, a muralistas y otros son cuadros de Ernest Desclaz.

jueves, 23 de agosto de 2012

Catarsis


   
                                              
De  pronto se encontró sola frente a la pesada puerta. Con solo tirar de la manija, la libertad quedaba a su alcance. Pero la fuerza de sus brazos no le respondieron, o quizás sea que le faltó coraje. Cansada volvió a su celda y se deslizó boca abajo sobre la cama, apenas por un rato. Era la interna 234, de profesión odontóloga; procesada por homicidio.
            “Volveré a intentarlo mañana”, pensó por un momento.
            No sabía cómo quitarse de encima tanto lastre: el pesado trabajo de la cocina, el lavadero, la sala de planchado, el ejercicio de su profesión entre las internas y hasta las visitas de profilaxis de su marido, eran minuciosamente vigiladas; y encima, como si fuera poco, los grilletes ahogándole los pies hinchados por la fatiga.
            “¿Cómo sería mi libertad? -Pensó en silencio-.  Si consigo escaparme ¿podré acaso volver a ser la de antes?
            Y la duda clavó su aguijón en el centro neurálgico del miedo.
            Vencida por el cansancio, se quedó dormida.
            El silencio hinchaba las paredes de la celda, sofocaba la temperatura del minúsculo ambiente y en esa atmósfera densa, preñada de dudas, flotaban todas las respuestas que no tenían cabida; ni en sueños.
            Cerca del amanecer, los ruidos de los barrotes y de los pasadores que abrían las puertas sonaban a diario como tamboriles que tocan a diana. Los sueños, livianos como una pluma, se despejaban en un solo abrir de ojos.
            Pero aquél día, todo sería distinto para ella.
            – ¡234! -Retumbó la siniestra identidad en la acústica de los pasillos sucios y profundos.
            – ¡Presente señora! -Respondió la recluida con los labios pegajosos y resecos, y el rostro dividido en franjas verticales contra las rejas.
            – ¡Un paso al frente! –indicó la celadora señalando con la mano que sostenía la carpeta con la lista de las internas, mientras abría la puerta del calabozo.
            “–Hoy quedará libre  -le dijo-,  vaya  preparando sus cosas.
            No sabía como tomar la noticia. La alegría le resultaba un tanto apresurada y la posibilidad de un error, una fatalidad sin medida.
            –Sí señora -contestó- y encendió la agónica luz de la celda.
            Lo primero que se le vino a la mente, fue levantar las sábanas del camastro y doblar prolijamente las frazadas que habían quedado amontonadas en un rincón desde el invierno. Luego recorrió con la mirada la mesa y tomó el plato, la taza, la cuchara y el repasador pintado a mano que le había regalado una amiga para el día de su cumpleaños. De la pared descolgó un ajado  cuadro donde estaba ella con sus hijos y por último, del pequeño tendedero que había hecho en la celda, su ropa interior aún húmeda.
            Metió todo en una bolsa de plástico blanco con letras rojas que había llevado el primer día de reclusión, hacía ya unos dos años. La leyenda de la bolsa decía “Stop” enmarcada en un hexágono de bordes rojos.
            Luego se sentó en la banqueta en espera de la  confirmación y de la orden de que pasara por la guardia, le leyeran la resolución absolutoria y… a su alcance otra vez la maldita libertad que le costó tantos dolores.
            No sabía si alguien iba a estar esperándola. Quizás esté el abogado, alguno de sus hijos, su marido; quizás todos, o tal vez ninguno. No tenía experiencia en este tipo de cosas. De lo que sí estaba segura, era que la valoración de la prueba le había jugado a su favor después de tanto tiempo. Al fin y al cabo, había sido en legítima defensa, en un confuso episodio de borrosa memoria.
            Cuando tuvo lugar todo el trámite, en la sala de guardia la oficial de justicia del Juzgado de primera nominación, le leyó con voz clara y pausada:
            –La cámara penal Nº 1, sala 2, de los tribunales ordinarios de la Ciudad de C…
            En simultáneo con la lectura del acta, bailó el despertador sobre la atestada mesita de luz de su cuarto. Eran las seis de la mañana, hora de empezar la rutina.
            Sobresaltada, con el corazón dando tumbos entre la espalda y el pecho, se sentó en la cama y, sosteniendo la cara entre sus manos, esperó unos segundos para ubicarse. No sabía dónde estaba.
            Miró la ventana, y una tenue luz de alborada penetraba tímidamente a través de la trama de la cortina. Luego miró al frente: el espejo de la cómoda le devolvía, desde otra perspectiva, la misma imagen y, en el lecho aún tibio, la figura remolona de su marido que se acomodaba para dormir otro ratito, hasta las siete.
            –“Que lo parió  -expresó para sus fueros más íntimos-. ¡Qué sueño más horrible!
            Se sentía fatigada y pegajosa, como si hubiera luchado toda la noche. Se dio una ducha para terminar de despejarse, mientras pensaba que las pesadillas, son el resultado de cómo se vive. 
            Cuando preparaba el desayuno, fue invadida subrepticiamente por una emoción liberadora que  desbloqueó todos sus sentidos. Impulsada por esa fuerza extraordinaria,  habló por teléfono al  trabajo y pidió  permiso aduciendo estar   indispuesta. Luego dejó todo como estaba y volvió a la cama a  provocar a su marido con mimos insinuantes, hasta que desbordaron  las pasiones.
            A partir de ese día, decidió renunciar a todas sus ambiciones y ser feliz  como se merece.


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