Aclaración

Algunos relatos son adaptaciones de sucesos de la vida real. El nombre de los personajes y los sitios donde ocurrieron han sido cambiados; mientras que otros son pura creación, por lo que cualquier similitud con la realidad y sus protagonistas es sólo una simple coincidencia. Los nombres usados no hacen referencia a ninguna persona de existencia real en particular, y sus homónimos son totalmente ajenos a la historia que se cuenta.
Las ilustraciones han sido tomadas de la web y pertenecen, en algunos casos, a muralistas y otros son cuadros de Ernest Desclaz.

jueves, 29 de noviembre de 2012

El Escribiente



De niño, ni bien aprendí a leer y escribir, tuve un noble oficio: Escribir cartas para los vecinos “iletrados” que deseaban comunicarse con sus familiares lejanos.
Hoy cuesta mucho adaptar esta imagen a los tiempos que corren. El avance de la tecnología comunicacional ha sido tan vertiginoso, que evocar esta estampa de mediados del siglo XX parece algo irreal.
Yo vivía en una zona rural, bastante alejada de los centros poblados pero muy cerca de la vasta soledad del monte, donde las novedades siempre llegaban de segunda mano.
La historia más fresca es la de un vecino (el más cercano, a 3 kilómetros) que me convocaba, previa autorización de mis mayores, para escribirles cartas a sus hijos radicados en Bs. As.
En aquella oportunidad, muy temprano, llegué montado en mi burrito a la casa donde vivía el anciano. Me hizo pasar, me convidó algo que no recuerdo pero que no acepté, y me sentó a una pequeña mesa provisto de papel de carta, el sobre y la lapicera.
Acto seguido, comenzó  dictarme.
Como era (y es) de rigor, primero el lugar y la fecha, después el nombre del destinatario precedido del “señor” y a continuación el cuerpo de la carta:
“Querido hijo, ya es Diciembre y hace tanto tiempo que no recibo noticias tuyas…”
Luego vino un carraspeo, un acto de componer la garganta y salir al patio de la casa a toser con todas las ganas.
De manera imprevista, aunque simulando ser la hora conveniente, lo vi dirigirse a la pila de leña que tenía cerca del fogón y agregarle algunos palos al fuego; sentarse en cuquillas para “soplarlo” y luego regresar, con los ojos llenos de lágrimas.
Con el pañuelo en la mano, secándoselas, me aclaró:
– Me hizo llorar el humo…”
– “Léame lo que puso –me pidió como no recordando
– Querido hijo, ya es diciembre… - respondí yo
– Ahí nomás -repuso él- y agregó: Firma: tu padre.
Me hizo doblar la carta, ensobrarla y escribir la dirección en el sobre.